Día 8 – Las Vegas – Presa Hoover - Gran Cañón – Monument Valley – Las Vegas – Baker

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Creo que con echar un vistazo al epígrafe queda claro que fue un día intenso. Tales destinos, teníamos claro que queríamos visitarlos, si bien, el Monument Valley suponía un escollo en tal campaña, pues no dejaba de suponer un día de coche para ir, y dos días más para nuestra siguiente parada, Los Ángeles.
Tras mucho pensar y buscar por internet, nos decantamos por contratar una excursión en avioneta, lo cual fue un gran acierto. No es una opción económica precisamente. A nosotros al cambio, creo recordar, nos salió por unos 260 € por cabeza (este precio se vio favorecido así mismo por un débil dólar: 1 € = 1'5 $), si bien, según con el cristal con que se mire, supone un ahorro, pues ganas días al viaje.
El tour lo contratamos con Papillon (www.papillon.com), en cuya página web disponen de otras muchas modalidades (distintos destinos, en helicóptero, Hummer, ect.), cada una con su correspondiente importe, claro está.
Nuestro día, como ya apuntara anteriormente, comenzó a las tres de la mañana. Nos pasaron a recoger en bus, y desde allí nos trasladaron al aeródromo desde el que saldría la avioneta. Una vez despegamos, no fueron muchos los minutos que tardamos en sobrevolar Boulder City, la ciudad que acogía a los trabajadores de la presa Hoover, y acto seguido, la mismísima presa, localizada a 48 km de Las Vegas, y que construida en el cañón Black del río Colorado, proporciona a la zona agua y electricidad. La Hoover Dam es así mismo conocida por salir en la película de Superman. En el momento en que nosotros la vimos, la carretera todavía pasaba sobre el perfil de la presa, si bien, por motivos de seguridad, se estaba construyendo un puente al objeto de desviar el tráfico rodado.
En otro orden, la construcción de la Hoover Dam supuso que las aguas del Colorado anegase los cañones de la zona, creándose así un enorme embalse denominado lago Mead, que con sus más de 1000 km de costa constituye de por sí un importante centro de recreación acuática.
Tras una parada técnica para dejar y recoger pasajeros, volamos directamente al Monument Valley, vuelo éste en el que pudimos disfrutar continuamente del Gran Cañón a vista de pájaro, la única pena es que si bien las vistas son para el recuerdo, no así las fotos, pues es harto difícil conseguir una buena instantánea a través de la ventanilla de una avioneta en continuo temblequeo. Apropósito de temblequeo, volar en avioneta impone bastante, pues los vaivenes son continuos y por ende, la sensación de inseguridad, máxime si hace un día de viento tal y como fue en nuestro caso.
El Monument Valley se localiza en la frontera entre Arizona y Utah. Se trata de un interminable desierto salpicado por un sinfín de montículos y mesetas. Nuestro guía, hombre pintoresco y de pocas palabras, a medida que íbamos pasando por ellas con la camioneta, nos iba señalando los nombres de las distintas formaciones: The Elephant, The Three Sisters, John Ford's Point, The North Window, Thumb...
De entre todas ellas, por incidir en una, destacar el John Ford's Point, punto que recibe su nombre consecuencia de ser la vista del valle favorita del director de cine que le da nombre. En este punto, sobre el montículo más próximo, se pone a modo de navajo un figurante para completar la estampa.
Acabado el tour por el Monument Valley, regresamos a la avioneta, la cual nos llevaría hasta el Gran Cañón, concretamente al denominado Mather Point. La vista es espectacular. Las dimensiones y tonalidades del cañón son difícilmente descriptibles. Es tal la amplitud del Gran Cañón en ese punto, que casi ni se tiene la sensación de que sea un cañón. La profundidad se desarrolla en sucesivas terrazas, que escalonándose una tras otra, impiden la visión del río Colorado.
Con esta parada finalizaba nuestro tour. Desde aquí nos llevaron nuevamente a la avioneta y seguidamente a los hoteles. El balance de la excursión fue totalmente positivo. Visitamos el Gran Cañón y el Monument Valley, y todo ello sin complicaciones de coche, entradas a los parques, comidas, etc. Lo dicho, mereció la pena.
Una vez en Las Vegas, en el Luxor y por aquello de no irnos sin jugar, echamos un par de manos a la ruleta, perdimos nuestros devaluados dólares a la velocidad del rayo y acto seguido, cogimos nuestro flamante Cadillac y pusimos rumbo a Baker, sitio que sería parada técnica para al día siguiente visitar el Death Valley.

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