Adiós al vinagre

Me resulta imposible comenzar esta entrada sin explicar previamente los términos en los que se me ocurrió el tema de la misma.
Encontrábame yo dos días atrás esperando en un edificio público a que llegase el ascensor que había llegado. El hall de entrada estaba vacío, tan sólo nos encontrábamos el vigilante y yo. Estando yo aún a la espera, llegó una pareja que se puso tras de mí, la cual mantenía una distendida, entiéndase por tal como con un tono humorístico, conversación acerca de sus penas, que no eran otras que las mismas que tenemos hoy en día la mayoría de los españoles: que si otra vez al trabajo, que si que poco cobramos…
El ascensor llegó, y la alegre pareja y yo nos introdujimos en el ascensor, donde lejos de deleitarme con los típicos e incómodos silencios de viaje vertical, siguieron con su tertulia, a la cual, de modo tal vez en exceso descarado por mi parte, me introduje diciéndoles “¡Pero hombre!, cambiad de tema y alegraos un poco, que me vais a deprimir a mí también”.
La anécdota no tiene mayor importancia, si bien sí que, como ya he citado al principio, sirvió de chispa que encendiese mi inspiración para el tema sobre el que brevemente disertaré hoy.
Desafortunados son los que hoy en día no tienen problemas, y asevero esto, porque aquel que no tiene problemas, es porque ha muerto. Da igual la raza, el sexo, la condición, etc. Ningún rasgo es determinante. La existencia es un proceso vivo e incontrolable en todos sus extremos. Las relaciones que mantenemos con terceros de todo tipo hacen que las variables sean imprevisibles, y en consecuencia, todos sin excepción pasamos por experiencias positivas y negativas.
Tan malo es obcecarse en las unas como en las otras. En las positivas porque tampoco se trata de vivir en un irreal mundo de fantasía obviando aquellas circunstancias que no nos satisfagan. Respecto de las negativas, porque uno no puede dejarse vencer por aquellas situaciones problemáticas que le afecten.
Con ello bajo ningún concepto pretendo decir que no haya que considerar los aspectos negativos que nos afecten, sino que uno no debe obsesionarse con ellos y dejarse vencer.
Incuestionable es que aquellos hechos con consecuencias conflictivas o adversas nos van a afectar anímicamente. Decir lo contrario sería no ser consecuente, pues tampoco se trata de ir por la vida jugando al impávido.
El calibre de la referida afección anímica va a depender fundamentalmente de tres parámetros, uno de ellos es sin duda la personalidad de cada uno, otro las características del hecho en sí, y el último el momento de incidencia.
Respecto a las características personales individuales, huelga hacer mayores comentarios. Cada uno es como es y en consonancia siente, valora y actúa.
En lo que a las características del hecho, pues ni que decir tiene que no tiene la misma consideración y por tanto consecuencias, perder un billete de 50 euros o un ser querido.
En lo que al momento de incidencia, se encuentra estrechamente ligado a las características personales, hasta el punto de llegar al dilema (cuyo abordaje podría ser fuente de otro post) de preguntarse que fue antes, si el huevo o la gallina. Es decir, es un mal momento y por eso me encuentro anímicamente mal, con independencia de mi perfil psicológico; o por un contrario, mis características personales me hacen tendente a encontrarme en un mal momento.
A modo de ejemplo, tendría excelente cabida el hecho de suspender un examen, ya que la gran mayoría, si no directamente si que de modo próximo, habrá vivido alguna, si no todas las reacciones que al hilo se me ocurren, es decir, como ante ese mismo hecho hay para quien parece que se acabe el mundo, mientras que para otros no es sino un contratiempo que hay que enmendar, sin olvidarnos de aquellos para los que la indiferencia que les cause la calabaza será total.
Expuesto lo escrito, en mi opinión la mejor vía es la que suele ser la más apropiada en muchísimas de las facetas de la vida, que no es otra que la de tomar el camino de en medio. Tomar actitudes extremistas, tales como la gran decepción o la total indiferencia, no parece a priori conveniente.
Como comportamiento consecuente se presenta la aceptación, para acto seguido coger la mínima distancia necesaria a la misma, de modo que se pueda afrontar una reflexión al respecto lo más objetiva y racional posible, alejándonos en la medida que se pueda, y si no se puede al menos intentar ser conscientes de ellas y en que términos influyen, de conductas egoimplicativas y vehementes que no supongan sino un obstáculo de cara a la solución de la situación.
En la vida los problemas no deben ni magnificarse ni obviarse, deben ser afrontados y resueltos. Esto requerirá un esfuerzo y en ocasiones incluso, la solución a tomar, sobre todo cuando medien lazos afectivos, incluso puede suponer ir contra nuestros sentimientos.
La vida es demasiado breve como para pasar más tiempo del estrictamente necesario amargado. Ponga de su parte por ser feliz. Hágase eco de lo que digo en el epígrafe y sin malinterpretarlo y caer en un sinsentido, sonría y diga adiós al vinagre.

Comentarios

José Miguel ha dicho que…
En el fondo de todo este post late una característica de la psicología individual que es clave para el desarrollo de una persona. Me estoy refiriendo a la tolerancia a la frustración. Ésta es la clave que determina la forma en que afrontamos los acontecimientos, ya sean positivos ya negativos.
Cuanto más toleremos la frustración, más afrotaremos los problemas, y cuanta menos tolerancia a la frustración tengamos, más nos acobardaremos.
Desde los albores del pensamiento filosófico ya aparece esta idea: no nos afectan los acontecimientos, nos afecta lo que pensamos de ellos, cómo los interpretamos.
Nos es difícil cambiar, a los que son optimistas es difícil hacerles cambiar de opinión y los que son pesimistas no van a alterar fácilmente su punto de vista.
Esto se debe a que el cerebro hace lo posible y lo imposible por que toda la información que le llega del mundo exterior e interior case con las creencias que ya posee. Así, un cambio de actitud hacia las dificultades requerirá que creemos un fuerte hábito en ese sentido para hacerle entender al cerebro que vamos en serio.
Con todo, estoy de acuerdo en que, aunque tengamos un mal día, no tenemos que pagarlo con el vecino. Así como el mal humor se contagia fácilmente, con el buen humor ocurre lo mismo.