Aceptar la verdad

¿Por qué razón mentimos? ¿Qué se esconde detrás de cada mentira? O tal vez la cuestión sea más profunda, ¿qué se esconde detrás de un mentiroso?
De sentido común es que decir siempre la verdad, en principio es la práctica que se entiende como idónea. Mentir, tergiversar la verdad, e incluso mermar la información con la intención de conducir a engaño constituyen acciones de baja moral. Defender este axioma en su más pura esencia es defender lo indefendible.
Sin embargo, a pesar de lo lógico y procedente de ser sincero, seguro que a ninguno nos faltan ejemplos protagonizados por el embuste.
La cuestión sería hasta que punto la mentira se realiza de manera consciente o inconsciente. La realidad no siempre es concebida por todos de la misma forma. Estamos mediatizados por distintas variables (cuestiones culturales, ideología, estados de ánimo, capacidades personales…) que influyen en nuestra percepción. En cuestiones relacionadas con el derecho son múltiples los ejemplos, de modo que dos abogados no siempre alegan en la sala de un juzgado de manera antagónica respecto a una misma ocurrencia por los intereses de sus respectivos representados, que por extensión son los propios, sino que en ocasiones éstos tienen distintos puntos de vista y por tanto diferente consideración acerca de lo mismo.
Harina de otro costal es cuando la mentira tiene su fundamento en el interés meramente particular, como es el caso del diferente punto de vista de los partidos políticos, déficit o superávit, respecto a un hecho objetivo como es el balance económico de un periodo, donde el interés es difamar o vanagloriarse según se sea oposición o electo mayoritario; o la forma en que distintas publicaciones de prensa relatan un mismo hecho, lo cual se causa tanto en la ideología que hay detrás de la firma como en la necesidad de un sensacionalismo que aumente la tirada de la rotativa, según los casos.
La mentira consciente de los casos en que media el interés propio, parece encontrar hoy una justificación social, posiblemente como consecuencia de la dinámica capitalista en la que nos desenvolvemos. En esta línea, difícilmente justificable sería la actuación de los partidos políticos, donde su interés particular se efectúa con afección a los intereses generales y la objetividad, que en principio se encuentran muy por encima del interés particular.
No obstante, en cualquiera de los dos supuestos, éticamente hablando en ningún caso encontraría la mentira aceptación alguna.
Otra cuestión es cuando la mentira se realiza de manera continuada, en ámbitos sin sentido, con los seres más cercanos. La justificación es aún menor que en los supuestos precedentes, ya que se realiza en ámbitos en los que la sinceridad no tendría consecuencia negativa alguna. El carácter subrepticio no tiene cabida, máxime cuando hay vínculos emocionales de por medio, y no me refiero sólo al amor, sino también a la amistad o vínculo familiar.
Cuando se solicite información sobre aspectos personales o cualesquiera otros, bien por imprudencia o bien por temeridad manifiesta, sobre los que uno no se quiera pronunciar, lo procedente es señalar una oposición a dar tales respuestas, nunca mentir. Las vías para ello son múltiples: un silencio, ignorar, explicitar el parecer.
En la misma línea pero al contrario, hay que saber encajar las verdades. La verdad no siempre nos gusta, la verdad en ocasiones es cruel. Como dice el refrán, las verdades ofenden, máxime si uno ha estado viviendo escudado al otro lado del telón moral.
Cuando nos llegue una corrección, un reproche, una crítica, si ésta es procedente, es decir, si ésta es cierta, se debe saber encajar con espíritu constructivo. La tolerancia al fracaso, a la frustración es síntoma de salud mental, de seguridad personal, de carácter definido.
Las reflexiones sobre aspectos morales, valores, principios… en ocasiones requieren cierta capacidad de abstracción y filosofar al respecto hace que no siempre sea fácil emitir juicios al respecto. Ante este problema, me atrevo a dar una fórmula de acción rápida cuando exista un dilema de esta naturaleza: Ponerse en el papel del otro.
En consecuencia, en el caso concreto de la mentira. ¿Me gustaría ser víctima de mis propias mentiras y despertarme un día dándome cuenta de cuánto tiempo llevo viviendo de espaldas a la realidad? ¿Me gustaría ser engañado por aquellos que me rodean? ¿Cómo me sentiría si descubriese que mi amigo falta a la verdad? ¿Cómo podría volver a confiar en él?
Por un mundo mejor, por el bien de todos, por tu propio bien, acepta tu realidad, sé sincero, sé honesto. Te lo digo de verdad de la buena.

Comentarios

José Miguel ha dicho que…
Todo lo que se dice en el artículo es cierto, pero también se puede decir que la mentira cumple un papel social muy importante, vamos, que si no existiera habría que inventarla. Si cada vez que alguien nos pregunta qué tal le queda su nuevo vestido dijéramos la verdad, se darían situaciones muy comprometidas. En otras ocasiones ocultar información es en beneficio del otro. Por ejemplo, si yo sé que mi amigo A ha dicho una cosa positiva de mi amigo B, y además otra cosa negativa, sólo comunicaré a mi amigo A la crítica positiva, dejando correr la negativa. Al menos, y como se decía en la tele, así me lo aprendí yo.
Ahora bien, no obstante lo anterior, el principio fundamental es "no mentirás", sobre todo porque como dice el autor del artículo "no debemos hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros".
En el ámbito político, la mentira campa a sus anchas. Los políticos profesionales se quejan de que están mal vistos por la sociedad, ¡pero qué esperan, si son esclavos de sus ideales y de la disciplina de partido!Los principios morales y su propia conciencia quedan supeditados a aquéllos. Además, parte de la responsabilidad corresponde al electorado, que no castiga estos comportamientos. Acebes mintió sin pudor el 11-M, y ahí sigue, y no en la sombra, sino en la jerarquía de su partido. Díaz de Mera no creyó conveniente colaborar con el tribunal que juzgaba también el 11-M, pero sigue siendo eurodiputado. Cambiando de partido, Pepe Blanco es una máquina de hacer demagogia.
Y como he dicho antes, la responsabilidad también la tenemos en parte el electorado, pues muchas veces somos también esclavos de nuestros ideales y perdonamos las mentiras a los políticos de nuestro "bando".
Pilar ha dicho que…
El articulo me ha parecido muy interesante, sobre todo porque despierta varias cuestiones, tales como ¿Qué es en esencia la mentira? ¿Hay una única verdad, siendo el resto de variantes "mentira"? ¿Cada uno tiene su verdad y, por ende, cada verdad tiene como contrapartida una mentira?.
Solo hay una cosa cierta, en la vida todo es relativo, y en muchas ocasiones la percepción individual hace de las suyas. Es por ello que, en mi modesta opinión, mas que hablar de mentira mas bien debiera hablarse de “engaño”. En realidad, el término engaño sí que tiene entidad en si mismo, porque engloba todo aquello que el dualismo verdad-mentira no puede englobar, debido a la relatividad de la que está empañado al depender casi inexcusablemente de la percepción personal de cada cual y de un contexto determinado.
Es por ello que la mentira en ocasiones puede ser “piadosa”, en otras tiene un precio tan alto que no es posible pagar, y en muchas otras simplemente podríamos hablar de mera ocultación de información, y por tanto ya no podríamos calificarla como mentira en sentido estricto, de forma que, mas que el término “mentir” debiéramos emplear el término “engañar”. Si lo aplicamos al ámbito de la política, el ejemplo es claro, dónde está el problema, ¿en que los políticos nos mientan o nos engañen?. En el primero de los casos, siempre tenemos un pequeño margen de nuestra propia percepción personal para someter a nuestro propio filtro la información (la relatividad del binomio mentira-verdad), es en el segundo de los casos donde realmente se encuentra el problema, puesto que es el engaño la conducta fraudulenta y manipuladora comprensiva en sí misma del ánimo inequívoco de crear en el otro una creencia errónea en beneficio personal.